lunes, 2 de noviembre de 2015

Lost in Translation (continuación)

Dos años, siete meses y dieciséis días de la última vez que nos vimos. Un año, ocho meses, y once días desde la última vez que hablamos. Ese café que nos prometimos nunca llegó, el reencuentro tampoco.
Todo este tiempo te busqué, incesantemente. Recorrí lugares que vos me mostraste, me hice amigos en tu barrio, llevé de paseo mi bicicleta por las sendas que me enseñaste, fui a comer a los mismos restaurantes que vos, repetí tus rutinas, respiré tu mismo aire, soñé bajo tu mismo sol, me embriagué de tu misma ciudad. Siempre atenta, mirando si te veía a lo lejos, entre la gente, o subiendo a algún tranvía. Tenía miedo de que nos cruzáramos sin darnos cuenta, sin mirarnos. Que no te reconociera, que perdiese la ocasión de volver a verte.
Miles de veces imaginé que nos encontrábamos en tu café preferido y yo me hacía la distraída…“qué casualidad verte acá!... jamás me lo hubiera imaginado”. Repasé cientos de veces qué historia contarte, cómo sonreírte, qué preguntarte. Hasta que un día desistí. El tiempo se me llevó las ganas y las ilusiones. Y dejé de buscarte, dejé de pensar que algún día nos íbamos a ver en esta ciudad.
Dejé de ir más allá del canal y abandoné tus rutinas. Dejé de pensar la ciudad como tuya y la hice mía. Me mimeticé, empecé a pasar desapercibida, a hablar tu mismo idioma. El sur se convirtió en mi lugar, y el norte perdió ese encanto que tenía. De vos solo quedaba un recuerdo distante, un sentimiento vago, como de otro tiempo y lugar. De otro vos y de otra yo.
Y después de dos años, siete meses y dieciséis días salí una noche a bailar con las estrellas y con un par de extraños...y ahí estabas. Parado, mirándome sin verme, sin esperarme. Y de repente el sur y el norte se hicieron uno. Y volvimos a mirarnos a los ojos. A reconocernos sin conocernos. Y sentimos el pasado chocándonos en la cara, como el viento frío que sopla en esta ciudad. Helados, paralizados, sin palabras. Pensando que decirnos, que preguntar.
De a poco la incomodidad del encuentro fue transformándose. El recuerdo de ese cariño compartido, de esa complicidad de amantes, apareció tímidamente y suavizó nuestras palabras. Y charlamos, pero esta vez en tu mismo idioma. Y bailamos, volvimos a tomarnos de las manos, volvimos a acariciar nuestras pieles, volví a sentir tu olor, a apoyar mi cabeza en tu pecho. Y nos reímos juntos, como antes, como si nada hubiera pasado, como si casi tres años no nos cambiaron.
Pero al despedirnos, nos dimos cuenta que somos otros. Mejores, peores, no lo sabemos. Y pude sentir tu tristeza y ver la nostalgia en tus ojos. Y lo único que quería era abrazarte y decirte que todo estaba bien.    

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